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viernes, 28 de octubre de 2011

DIANA ATAMAINT ‘SOY UNA GUERRERA QUE LUCHA POR LA PAZ’. REVISTA FAMILIA

Quito, 6  de marzo de 2011
dianarevistafamilia2011
“Los espacios están allí y que hay que ir ganándolos con esfuerzo y trabajo”
Ella es una mujer joven, inteligente, preparada, carismática, luchadora y muy segura de sí misma, aunque lo intentara jamás pasaría desapercibida. Mientras la escucho narrar la historia de sus orígenes, su infancia y juventud, su familia y su pueblo, me siento transportada al escenario de una leyenda en donde conviven la magia y la, a veces, cruel realidad de un mundo lejano y que ni siquiera conocemos, a pesar de ser parte de nuestro país.
¿Dónde naciste? Cuéntame sobre tus padres, sobre tu familia…Yo nací en el cantón Sucúa, en el sector urbano, ya que mi padre se había graduado de profesor en el normal Don Bosco, en la ciudad de Macas, luego de haber pasado en el internado con los salesianos y haber sido separado de sus padres, que le visitaban muy esporádicamente. Llegó a culminar sus estudios y recibió el título que era el máximo que se podía alcanzar en ese tiempo, en especial para un hombre shuar. Mi padre instituyó y conformó el sistema de educación radiofónica con los salesianos en Sucúa, eso le llevó a trabajar en el sector rural cuando ya se había casado con mi madre. Mi madre también estudió con las religiosas, pero su historia es diferente, fue raptada. Ella cuenta que cuando tenía posiblemente unos 4 ó 5 años y estaba mirando desde la entrada de la iglesia la corrida de cintas en caballo, en las fiestas de Sevilla Don Bosco, de la parroquia del cantón Morona, alguien con túnica blanca le llevó hacia adentro, son como fragmentos de una película, incluso la edad y la fecha de nacimiento son puestas por las madres. Ella conoció a mi abuela cuando ya se iba a casar, a los 17 ó 18 años, cuando le ubicaron porque necesitaban su presencia. Mi madre terminó el tercer curso de colegio, lo máximo para las mujeres y se graduó en Corte y confección.
¿Cómo fueron tu infancia y juventud?
Soy la primera hija de un total de 4 hermanos, tres mujeres y un varón. Cuando mi padre tuvo que emprender un nuevo reto en la educación radiofónica y llevarlo a las comunidades más alejadas de la provincia de Morona Santiago y de toda la Amazonía, a través de una radio AM que tenía diferentes frecuencias para capacitar a la población a través de la radio, retornamos al sector urbano y por ello me fue posible estudiar en un colegio fiscomisional, que en ese entonces estaba a cargo de los salesianos. Me gradué de bachiller en el Colegio Río Upano y luego me trasladé a Cuenca para estudiar en la Universidad Estatal, en donde me gradué de ingeniera. A base de un gran esfuerzo personal y familiar continué mis estudios de posgrado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), donde concluí una maestría en Políticas Públicas con mención en Políticas Sociales. Mi padre decía que la educación es la única vía que nos da la posibilidad de superarnos en la vida y que nos da independencia y libertad.Fue una vida de contrastes, de vicisitudes, alegrías, frustraciones y tristezas pero mi mayor felicidad era estar junto a mis padres. Era triste en cambio ver las prácticas y costumbres occidentales en los cumpleaños, en la Navidad, en el Carnaval pero era maravilloso en cambio cuando los fines de semana y en los feriados íbamos a la comunidad a pasar con mis abuelos, tíos y primos, disfrutando en un mundo muy diferente, a tan solo pocos minutos del cantón. Pero jamás perdí contacto con mi comunidad, eso me hacía mirar la vida de diferente manera y me ha permitido siempre recordar las historias que me contaba mi abuela: era algo mágico; a pesar de que no había energía eléctrica ni agua ni teníamos las condiciones básicas en aquella comunidad.
¿Existe información escrita sobre estas leyendas?
Sí, son parte de los escritos de la mitología de Nunqui, la diosa de la fertilidad, la mitología de Etsa, que es el Sol de nuestros dioses: Arú, dios de las aguas, Ibia, el demonio, de Gempe que es el colibrí, que arriesgó su vida para entregar a los shuar uno de los elementos de la vida que es el fuego, porque no lo teníamos y no nos podíamos calentar, nos moríamos de frío y, además, los alimentos los comíamos crudos. Es una leyenda hermosa que dice que Gempe se arriesgó y se puso de acuerdo con los shuar y dijo: “Vamos a distraer a Ibia”, el demonio que estaba en una cueva. Voló y voló y le molestó y distrajo a Ibia y cuando este se cansó y se mareó, ingresó a la cueva y la única forma de sacar fuego que encontró fue prender fuego a su colita, algo que hizo con gran generosidad pero que le costó la vida, Gempe salió con su colita encendida y entregó ese fuego a los shuar y por eso los shuar hemos sobrevivido hasta ahora. Las historias contadas por mi abuela y aquellas del príncipe azul que besaba a la princesa y la de Blancanieves y la bruja mala, me ayudaron a mirar los dos lados de estos mundos y a madurar mi personalidad y mi forma de ver las cosas.
¿Cuál fue tu percepción y experiencia de la vida universitaria?Asumí el gran reto de cumplir con el sueño de mi padre, no creo que fue realmente una aspiración personal, aunque sí me preocupaba el poder cambiar la realidad de las mujeres shuar que trabajaban las huertas bajo el sol, con un niño en brazos y un rondador de niños que las seguían. Pensaba que había que cambiar esta situación. Cuando íbamos a la comunidad sufríamos porque no había agua y teníamos que caminar 100 ó 200 metros con pomas o botellas de plástico para traer el agua y pensaba que eso también debía cambiar. Además, escuchaba siempre a mi padre hablar de la educación y asumí el reto de ir a la universidad y alcanzar un título superior, a pesar que cuando yo era niña escuché a mi abuelo decirle a mi padre que debía pensar bien cuando me iba a mandar a estudiar, porque yo era mujer y me iba a casar y no cumpliría con sus aspiraciones. Cuando llegué a Cuenca e inicié la universidad me dije “si yo regreso a Sucúa lo haré con el título bajo el brazo y lo cumplí, y llegué también con dos niños, porque en eso mi abuelo no se equivocó, me casé antes de graduarme, pero el respaldo económico de mis padres hizo posible que concluyera mi carrera universitaria. El hecho de tener una formación académica superior no te hace que renuncies a la posibilidad de casarte y tener un hogar feliz.

¿Cómo logra una mujer ser madre, esposa, estudiar y al mismo tiempo cumplir con su comunidad e incluso aspirar a representar a su pueblo a través de diversas instancias?

Yo creo que la fortaleza de la mujer y la posibilidad que tenemos de enfrentar una multiplicidad de acciones y poder salir adelante justamente reside en esa necesidad ancestral de comprobar que podemos ser tan capaces como los varones y, cuando decidimos hacer algo, nos desenvolvemos muy bien. Cuando terminé mis estudios superiores, mi organización me invitó a ser parte de un proyecto de desarrollo para los indígenas, financiado por el Banco Mundial, y asumí el reto sin aspirar a ser la gerente o la directora o la coordinadora del mismo, sino más bien con el propósito de incursionar en mi carrera desde abajo hacia arriba, siendo una técnica, a pesar de que me ofrecieron ser la Coordinadora Regional. Yo insistí en que quería ser técnica y poder aplicar mi carrera aunque mi sueño fue siempre dirigir, estar al frente de un grupo de gente, liderar y me decía a mí misma “si son hombres, mejor todavía”. Durante cinco años fui técnica, pero al final terminé siendo la Coordinadora Regional, incluso fui una de las consultoras que diseñó la Fase 2 del proyecto, que no se ejecutó por cuestiones políticas, pero tuve la responsabilidad de manejar una cifra de USD 80 millones para el país. Ahí están los resultados, como tiene que ser el trabajo: de abajo hacia arriba y haciendo bien las cosas.
Llegar a ocupar una curul en el Congreso y más tarde en la Asamblea no es fácil para muchos, ¿cómo lo lograste?
Con el contacto directo, con un mensaje sincero y con el deseo de ayudar a quienes lo necesitan. Todo comenzó con un intercambio que tuvimos las mujeres de mi comunidad, que éramos como 10 ó 12 y que tomábamos el riesgo para ir a conversar de temas políticos, económicos, de crédito, de derechos de la mujer. Estas mujeres arriesgadas dijeron que querían decirme algo y que yo no me podía negar. “Diana, tienes que ser nuestra candidata para diputada”. Yo les dije que al menos empezáramos por la Junta Parroquial, pero ellas insistieron en que estaba preparada para eso. Yo de política no tenía la mínima idea y me aterrorizaba pararme al frente y dar discursos, lo que sí tenía era la posibilidad de sentarme con la gente en el suelo, en un aula, y conversar y resolver problemas cotidianos y de comunidad. No pude decir que no e incluso me gustó la idea de asumir el reto y mirar otro espacio y dije ¡vamos adelante! Acepté, fui candidata pero en segundo lugar, en el primero estaba un hombre. Estuve 11 meses de diputada e hice todo lo que se podía humanamente para no defraudar a quienes confiaban en mí. Al parecer, pude cumplir con las expectativas aunque se quedaron muchas inquietudes, pero el Congreso se cerró para dar paso a la Constituyente, para la que no fui candidata pero cuando se convocó a las elecciones para la Asamblea Nacional me volvieron a postular y acepté. En esta ocasión fui la primera en la lista.

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