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miércoles, 9 de enero de 2013

Diana Atamaint:: ¡Una Pocahontas de carne y hueso!

Quito, 9 de enero de 2013

Por: María Belén Merizalde 

 
Su mayor habilidad es interpretar todo lo que ve cada vez que duerme. Los animales de la selva le avisan cuando debe enfrentar los problemas.

Con una amplia sonrisa, Shiram Diana Atamaint Wamputsar, candidata a asambleísta nacional por la Coordinadora Plurinacional de las Izquierdas, abrió las puertas de su casa a Diario EXTRA para viajar hacia el recuerdo de una vida llena de tradiciones amazónicas.

A pesar de no haber nacido dentro de una comunidad amazónica, Diana sabe bien lo que significa ser una mujer del Oriente ecuatoriano, para quienes “sobrepasar los obstáculos sociales se torna más complicado por la carencia económica y el machismo que se aferra a sus vidas”.

NO TUVO UNA MUÑECA

Recuerda claramente que su vida no fue tan difícil como la de cientos de personas que viven en comunidades alejadas de la modernidad y las facilidades. Sin embargo, desarrollarse desde pequeña en Sucúa, una cabecera cantonal, tampoco significó tenerlo todo.

“Para mí, por ejemplo, la Navidad es una época muy triste”, comentó, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas al recordar una niñez en la que reclamaba al famoso Papá Noel y al niño Dios por no traerle ningún regalo, a pesar de su buen comportamiento durante todo el año.
“Era una buena alumna, una niña tranquila y siempre me preguntaba por qué a mí no me trae nada y a los otros niños sí”.

Su gran anhelo de la niñez era tener entre sus brazos una muñeca, pero sus padres no pudieron cumplir con ese deseo, si no solo hasta cuando tuvo 12 años y estaba a punto de ingresar al colegio.
“Era toda una señorita y cuando me preguntaron qué quería de regalo sin pensarlo dos veces dije que una muñeca”, concluyó.

Ahora, a sus 40 años, aún mantiene viva a su niña interior, pues continúa su gusto por apapachar y cuidar cariñosamente a más muñecas.

En su habitación permanece uno de sus más grandes tesoros de plástico, una muñeca que no sobrepasa los cinco centímetros de largo, pero que para Diana significa mucho poder tenerla.
Como la vida da mil vueltas, ahora Diana no solo ve con admiración las muñecas que se exhiben en una vitrina, pues hoy ella es considerada una más de ese grupo, la única diferencia es que ella es una muñeca amazónica de carne y hueso.

“Mi apodo en la Asamblea es Pocahontas, por mi cabello negro y largo”, aseguró.
Pero no solo su extensa cabellera negra y lacia la convierte en una Pocahontas ecuatoriana, sino también su atractivo natural.


DE FLACA A “CUERPAZO”

“Siempre fui muy flaca, parecía un alambre y no me gustaba”. Su contextura se la debía a la gran cantidad de deporte que realizaba, pues era amante del basquetbol, actividad que la llevó a formar parte de la selección de su provincia, Morona Santiago.

Cuando quedó embarazada de su primera hija, que actualmente tiene 18 años, al fin pudo engordar, pero en pocos meses volvió a bajar de peso, quedando definitivamente con un “cuerpazo”.

Luego de su segundo embarazo continuó manteniendo su esbelta figura, gracias a su constancia en el gimnasio.

Sin embargo, en los últimos años su rol de madre y política no le permite continuar manteniendo una rigurosa rutina. A pesar de ello sigue siendo la sensación de muchas que quisieran tener la suerte de mantenerse espectacular con dos hijos a cuestas y con los cuarenta encima que en ella parecen solo treinta.


Como buena amazónica sabe lo que dicen sus sueños

 Los indios amazónicos guardan respeto a todo lo que sueñan, que generalmente está relacionado con los animales de la selva, que son los encargados de ayudarlos a interpretar qué sucederá, según comentó Diana.

“Sé que si en mis sueños aparece una gran serpiente y pasa muy cerca de mí es que algo ocurrirá en mi vida, ya sea para mal o para bien”.

Diana confía mucho en su experiencia en interpretar lo que ve mientras duerme, pues casi nunca le falla ese olfato de vidente india.

“Recuerdo que hace muchos años mi abuelo le comentó a mi padre que soñó que uno de los hijos que tenía llegaría muy alto”.

Luego de la premonición su abuelo decidió decirle al progenitor de Diana que no la enviara a estudiar en la universidad, pues eso incurría en un gasto que no sería bien recompensado.

“Mi abuelo le dijo a mi padre que guarde ese dinero y que le dé la educación a mi segundo hermano, porque es hombre e iba a llegar muy lejos”.

Cuando Diana se enteró que un sueño de su ancestro iba a terminar con sus más grandes deseos de superación se puso en contra de sus propias tradiciones y le pidió a su padre que no le arrebatara la oportunidad de estudiar.

Todos aseguraban que la joven luchadora iba a malgastar el dinero y que la mejor opción era que consiguiera alguien para casarse, pues a sus 20 años se le “pasaba el tren”.

“Dentro de las comunidades del Oriente, la mujer se casa muy joven, por eso era una solterona, porque entre mis planes no estaba tener marido”.

Hace dos años su abuelo reconoció que su sueño estaba mal interpretado, pues la que llegó lejos fue una mujer de su familia y no un hombre como todos pensaban.

Diana logró romper con los lazos machistas de su familia, gracias a la perseverancia y al ñeque que le puso a cada uno de sus días en la universidad.


ORGULLOSAMENTE AMAZÓNICA

Viajar a Cuenca para estudiar no fue nada sencillo, pues la discriminación que sufrió marcó una parte de su vida, pero el deseo de llegar a su tierra con el título en la mano era más fuerte, lo que le obligó a luchar contra quienes no creían en la “jíbara”.

“Ahora que tengo una profesión y tengo más que la gente de mi pueblo puedo ayudar y hacer que la mujer amazónica salga adelante”.

Con orgullo viste cada vez que puede los más elegantes trajes amazónicos, cuyo principal atractivo son las decenas de adornos que le dan la armonía y el sonido.

Con materia prima que se encuentra en cada rincón del Oriente ecuatoriano, Diana y cientos de amazónicas confeccionan los más espectaculares collares, pulseras para manos, brazos y pies, hechos únicamente con lo que la naturaleza les provee.

“En mi casa tengo cientos de collares y pulseras, pero como soy desordenada no les puedo indicar, pero eso sí los luzco todos los días combinando con toda la ropa que tengo”.

En varios lugares le preguntan en dónde compra toda la bisutería que posee y con la frente en alto responde que son hechas con manos amazónicas.

“La gente no valora las cosas que tenemos y lo que somos, a veces lo que más les gusta son indumentarias que se utilizan en la selva cotidianamente, pero como me lo ven puesto piensan que es carísimo o de lo mejor, ahí es mi oportunidad de dar a conocer las bellezas de mi pueblo”, dijo.

 


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